A la salida del supermercado
ofrece las noticias de la calle
con voz resquebrajada.
Casi no se la entiende.
Sentada sobre el suelo
su cuerpo es un gran atlas
de trapos, soledad, tristeza, mugre.
Tiene más de setenta.
Hay personas que pasan por su lado
con las bolsas repletas de comida,
mirando de reojo.
No se detienen nunca.
Ella sigue gritando:
“¡Noticias de la calle! ¡Noticias de la calle!”
mostrando indiferencia frente a quienes
se ríen de su aspecto.
“Con el orgullo no se come”
parece pensar, cuando cuatro niños
que van en bicicleta
le escupen en la cara.
Una muchacha joven
la limpia, la acaricia
y la besa en la boca con dulzura,
una, dos veces.