De pronto,
al repasar su antigua agenda
para anotar teléfonos y nombres
en el portátil que su mujer le ha regalado,
el hombre incorruptible,
el político honesto
que ama a un dios los domingos,
a sus hijos los sábados
y a su esposa los viernes y otro día
-no fijo- a la semana,
descubre que en la página de los husos horarios
está aquel viejo número,
que le dio aquel marine americano,
cuando aquello del Golfo,
en aquella pensión,
y con aquellos labios.