Dejé la casa abierta, las ventanas en vuelo.
Javier Egea
Como después de un pacto
del que no se conocen los detalles,
desconcertado y solo
el hombre del adiós regresa al mundo.
Ya no buscan sus ojos
la mirada de nácar de la muerte,
las huellas que en el aire
reproducen su nombre,
la pequeña sonrisa de su reino,
su voz azucarada.
Camina entre viandantes
que con rostros anónimos
sugieren nuevas amenazas,
sentencias que se erizan por la piel
una vez escuchadas
y clavan su aguijón de verdad incisiva,
de veneno letal,
allí donde más duele,
en esa oscura zona del recuerdo
que el hombre del adiós
no consigue olvidar.
Es por eso que ahora,
tras observar los pasos
que hasta el momento ha dado,
el hombre del adiós regresa al mundo,
se arranca el corazón
con sus dedos de plomo,
y finge que se va
sin despedirse.