A mi hijo Pablo, para el futuro
Cuando de niño, como muchos niños,
las tardes de los sábados bajaba
al descampado de la iglesia. Daba
igual lo malo que fuera: El Pestiños,
me llamaban a mí. Los descariños
nunca los tuve en cuenta. Me quedaba
un buen rato esperando. Protestaba
si descubría a veces ciertos guiños
de los dos capitanes, que elegían
los equipos dejando a los peores
para el final. Y si en algún momento
notaba que si erraba un gol reían,
suspendía el partido entre clamores.
Era mío el balón de reglamento.