No me beses, que me haces mucho daño
cada vez que tus labios
acarician los mios
sin otra pretensión que el ser amables,
sin otra utilidad que el desconsuelo.
No me mires, que sueño con tus ojos
y en mitad de la noche me desvelo,
y quisiera estar ciego
o volverme invisible
para que así no veas lo que sufro
cada vez que me miras
como se mira a un muerto.
No me toques, no me des palmaditas
en el culo, ni quieras consolarme
como a un niño. Mi mal, mi único mal
me lo causan tus noes, tu rechazo
de amor, tu voluntaria inhibición
de roces y caricias,
de los juegos carnales.
Pero ante todo no me dejes, llévame
contigo a gritar fuerte,
gritar hasta quedarnos mudos
en la cima de un monte,
en un acantilado, en el desierto.
Y cuéntame otro cuento, Shahrazãd,
y conviérteme luego en arena dorada,
en duna milenaria, en espejismo.