Le doute, morne oiseau, nous frappe de son aile…
Arthur Rimbaud
Convivir sin pactar las reglas antes
acarrea finales deleznables
para progenitores que embarcaron
compartiendo las naves
en busca de deseos de amor y de amistad.
De repente
la duda entre personas
que aprenden a quererse a borbotones,
como pájaro lúgubre
introdujo sus garras en el nido,
y fuimos incapaces
de reparar destrozos
y seguir navegando.
Y siempre que le hablaba
de mi idílica imagen
de envejecer unidos,
hallaba anclada en ella
esa mirada esquiva y silenciosa
de la madre que cuenta
compasivas versiones de una historia,
lejos de la verdad,
por evitar el daño
del desnudo disparo
de las palabras claras, las que escuecen,
como escuece este amor que estoy mascando
antes de digerirlo o de escupirlo.
Se clava en el costado,
en riñones y en hígado, en el pecho,
forma parte de mi, me sobrepasa.
Sin embargo persisto en el empeño
de intentar ser, estar
feliz como si juntos fuéremos aún,
recordando los besos repetidos
con la perplejidad
del que habiendo entregado
todo, nada ha ganado en el amor
a excepción de la lícita alegría
de quien sabe que tiene
un reto de por vida
en la risa de un niño,
y otros nuevos propósitos de enmienda
con los que mantenerse a flote, a bordo
de sueños colectivos
con justa dignidad.
Por eso ahora acudo a los gimnasios,
llevo una dieta sana sin tabaco ni alcohol,
he ido al oftalmólogo,
y me arreglo la boca y la tristeza
en los viernes alternos
que no disfruto a Pablo,
para poder vivir
contento como un huérfano
con sus juguetes rotos.