Ella no dice nada.
Apenas han llegado a conocerse
cuando decide usar su última máscara,
cuando asumir los riesgos de una nueva derrota
se convierte en el saldo del deseo,
porque la noche en fiesta devuelve a la memoria
la nostalgia de días más felices,
de amores con final en blanco y negro.
Ella no dice nada cuando él le pregunta
qué vende, dónde vive,
por qué lleva en su rostro
un gesto de enemiga
y la sonrisa boba
de los que ya no creen en el futuro.
“Si supiera tu nombre, por lo menos.
Dime cómo te llamas, qué decides,
enséñame qué escondes debajo de la ropa.
Es más de medianoche:
ya puedo descubrirte”.
Ella no baila.
Cuando se lo llevó la policía
no supo qué contarles, qué decirles,
ni por qué sujetaba entre sus brazos
una señal de tráfico
que su cuerpo besaba.