Invoca su presencia
con lágrimas de seda.
Sobre la piel tan blanca
su niñez espejea,
y entre las aguas claras
de su memoria etérea,
de la mano enlutada
se derrama una estrella
que recoge y que guarda
y que muestra entremedias
como si fuera ágata
con encajes de perla.
Pero cuando reclama
que la escuchen y entiendan
las calladas campanas
la despiertan.