Ven a las islas
que dan al valle.
Javier Egea
Pequeña perla negra:
Esta noche he vuelto a soñar contigo y no era un beso lo único que te daba, aunque sí recuerdo que en el sueño empezaba besándote muy despacio los párpados. Y recuerdo haber pensado –en el sueño- que tus párpados sabían dulces como el melocotón; y de ahí bajé a tu cuello suave que olía a limpio, y tu boca se me ofrecía con aroma a almendra y a miel, y después de sumergirme en ella durante un largo rato cercano al infinito, me dejaba caer hasta alcanzar tus hombros, primero uno, después el otro, repasando con mi lengua el dibujo de tus tatuajes hasta deslizarme al borde de tus senos, y empezaba a oír tus primeros gemidos silenciados, sentía crecer el ritmo de tu respiración, el pulso acelerado, y mi boca recorría el contorno de tus pezones, primero el izquierdo, luego el derecho que como flor regada brotó repentino al contacto de mi saliva. Mientras tanto mi mano acariciaba la orilla de tu pelvis y mis dedos repasaban el cordaje de tus braguitas –no sé si rojas o negras, era un sueño- imaginando que los dos borlones de los extremos eran las boyas marcando los límites navegables en la mar de tus dominios, donde ya empezaba el oleaje, y mi mano viró inesperadamente hacia las islas que dan al valle, y le mudó el sitio a la boca que comenzó a buscar la pequeña perla negra mientras los dedos de mi mano masajeaban el pezón florecido y mi otra mano pedía intervenir. Primero ayudó sacando los labios, después uniéndose a los míos y a mi lengua para palpar el botón de tus gemidos, que iban adecuando su tono al placer.
Y desperté.
Palote.
Otra vez.
TE ODIO
Simbad el Asesino